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DÍA MUNDIAL DEL AUTISMO

CULTURA

Michael de Alba 

La Asamblea General de las Naciones Unidas impuso el día 2 de abril como el Día Mundial de Concientización sobre el Autismo, con la finalidad de contribuir en la calidad de vida de las personas con TEA (Trastorno del Espectro Autista).

 

Este trastorno es una afección neurológica y de desarrollo que comienza en la niñez y nunca desaparece. Esta condición afecta principalmente el comportamiento de quienes lo padecen, modificando por completo la forma de interacción, comunicación y medio de aprendizaje.

 

“Los TEA ocurren en todos los grupos raciales, étnicos y socioeconómicos, pero es 4.5 veces más frecuente en los niños que en las niñas.”

El color azul es un símbolo para la conmemoración de esta fecha porque tiene la peculiaridad de ser brillante como el mar en un día de verano y otras veces oscuro como un mar en tempestad. Esta frase refleja lo que significa para las personas y  familias que se encuentran recorriendo este camino lleno de desafíos donde hay días serenos y otros más tormentosos.

 

Los niños o adultos con TEA podrían presentar las siguientes características:

No señalar los objetos para demostrar su interés (por ejemplo, no señalar un avión que pasa volando).
No mirar los objetos cuando otra persona los señala.
Tener dificultad para relacionarse con los demás o no manifestar ningún interés por otras personas.
Evitar el contacto visual y querer estar solos.
Tener dificultades para comprender los sentimientos de otras personas y para hablar de sus propios sentimientos.
Preferir que no se los abrace, o abrazar a otras personas solo cuando ellos quieren.
Parecer no estar conscientes cuando otras personas les hablan pero responder a otros sonidos.
Estar muy interesados en las personas pero no saber cómo hablar, jugar ni relacionarse con ellas.
Repetir o imitar palabras o frases que se les dicen, o bien, repetir palabras o frases en lugar del lenguaje normal.
Tener dificultades para expresar sus necesidades con palabras o movimientos habituales.
No jugar juegos de simulación (por ejemplo, no jugar a “darle de comer” a un muñeco).
Repetir acciones una y otra vez.
Tener dificultades para adaptarse cuando hay un cambio en la rutina.
Tener reacciones poco habituales al olor, el gusto, el aspecto, el tacto o el sonido de las cosas.
Perder las destrezas que antes tenían (por ejemplo, dejar de decir palabras que antes usaban).
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