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BIENESTAR Y BIENAVENTURANZA

 

“Ve y vende lo que tienes, da el dinero a los pobres y así tendrás un tesoro en los cielos”, dice Jesús a aquel joven y a las nuevas generaciones. Es una invitación a hacer el mejor negocio de la vida. Me imagino a Jesús frente a aquel joven con sueños de trascendencia: los gestos, el tono de voz, la mirada, la narrativa, los argumentos, la garantía…

Es de admirar la sinceridad con que busca algo más que satisfacer las necesidades de su bienestar. Hay en él una profunda insatisfacción, unas ganas enormes de ‘algo’ más… Lo mismo experimentan tantas personas que sienten un vacío interior, se inquietan, pero no dan el paso siguiente… Aquel joven se pone en camino, busca la verdad, quiere asegurar que su felicidad no termine. Entonces acude a Jesús esperando una respuesta que le satisfaga.

Jesús, el pedagogo por excelencia, pone al joven ante su propia verdad: “Te falta dar el paso decisivo… Deja todo lo que tienes, véndelo, dalo a los pobres, sígueme”. No fue suficiente su mirada compasiva, ni la promesa de la bienaventuranza; pesó más lo que tenía… Como tantos discípulos de nuestro tiempo, se quedó en sus miedos, su zona de confort, sus seguridades, su tierra conocida, su bienestar.

Tanto para aquel discípulo como para nosotros es difícil aceptar el ofrecimiento de la ganancia del tesoro en el cielo, a ese costo. “Entonces, ¿quién puede salvarse?”, seguimos preguntando ansiosos y angustiados. La respuesta de Jesús sigue siendo contundentemente clara: “Para Dios todo es posible”. “Pasar por el ojo de una aguja” significa poner solamente la confianza en Él… Con frecuencia, los jóvenes y no muy jóvenes, somos dados a calcular el costo-beneficio en nuestras decisiones.

La invitación sigue abierta para quien quiera escucharla y aceptarla. Jesús busca seguidores que no estén divididos en sus fidelidades, discípulos leales que le apuesten únicamente al “por amor al Reino de los cielos”. Sólo llegaremos a la bienaventuranza, la felicidad plena, si entramos de lleno en el proyecto del Reino de Dios. El joven del evangelio se ahogó en sus deseos, no arriesgó, ni confió en las infinitas posibilidades de la fe; prefirió la medianía de la mediocridad.

¿Y los jóvenes y adultos de hoy? Gran desafío tiene nuestra Iglesia para acercar la propuesta de Jesús a quienes experimentan los vacíos de la cultura de la indiferencia, no encuentran lo que buscan y preguntan por ‘algo más’. La persona de Jesús y su proyecto tienen el potencial para llenar corazones y dar sentido a las decisiones a tomar en la vida; garantiza un presente con horizonte y un futuro pleno.

Sigamos orando por la generación actual para que recibamos con alegría el Evangelio de Jesús, lo escuchemos y lo comuniquemos con la novedad de una vida con sentido y un horizonte seguro.

Con mi afecto y bendición.

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