“Congregaré a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales”
Marcos 13,24-32
Una lectura superficial del texto evangélico que escuchamos este domingo pudiera ocasionar inquietud, confusión, miedo, malestar. La intención de Jesús al proponer el ejemplo de la higuera es abrir el horizonte de la fe a realidades que todavía no alcanzamos a ver. Es bello el ejemplo como señal y anticipación; pudiéramos imaginar a la higuera campeando sus lecciones en el huerto de Dios y en el nuestro de cada día. Dependerá de nosotros el darnos por aludidos.
El texto apocalíptico proclamado va más allá de alusiones personales, familiares o de las estaciones de la vida. Se trata del destino final del mundo presente, del paradero final de todas las higueras, con todo y raíces, troncos, ramas, hojas, frutos. Jesús nos invita a responder a las angustiosas preguntas que se hace todo ser humano: ¿En qué va a terminar todo esto? ¿Qué sentido tiene la vida? ¿Para qué amar si el ser amado termina yéndose de nuestra mirada? ¿La inteligencia artificial puede salvarnos del posible ‘mal fin’?
La Palabra de este día es difícil de comprender, digerir y aceptar. Si la forma catastrófica como se anuncia y dibuja el final de todas las generaciones no cabe en nuestros lenguajes, con más razón cuando contemplamos estos hechos desde las nuevas ideologías y visiones fragmentadas del ser humano y del mundo… En muchos de nuestros ambientes respiramos aires que contaminan el alma humana y su sed de eternidad, que se cumplirá en el más allá. Hay tantas ideas distorsionadas que deterioran y confunden la visión del fin de la vida y la trascendencia del aprender a vivir y a morir con dignidad. El individualismo permisivista y el afán de vivir por vivir debilitan los lazos y enlaces con los demás y, desde luego, pueden oscurecer la posibilidad del encuentro definitivo con Dios.
El ejemplo de la higuera está lleno de actualidad. El Papa Francisco nos ha regalado esta reflexión en una de sus homilías: “Es necesario dirigir la mirada siempre más allá… al único Dios que está más allá ‘del fin de las cosas creadas’, como la Iglesia enseña en estos días que concluyen el Año Litúrgico, para no repetir el error fatal de mirar hacia atrás, como sucedió a la esposa de Lot, teniendo la certeza que, si ‘la vida es bella, también el ocaso lo será más’ “.
¿Qué va a ser de nosotros en el futuro? Hoy la Palabra nos anuncia que el mundo no ha sido dejado de la mano de Dios, ni lo será; que debemos tener fe y confianza, a pesar de no comprender por qué el mal y las maldades no ceden; que debemos tener esperanza, a pesar de no saber cómo ni cuándo vendrá el Hijo del hombre “con gran poder y majestad”; que vale la pena seguir amando, aunque la cruz no esté en los anaqueles digitales de la posmodernidad… No dudemos: el Evangelio es Buena Nueva para todos, en todas las estaciones y circunstancias de la vida y de la historia… Incluye el destino final.
Con mi afecto y bendición.