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REY, TESTIGO DE LA VERDAD

Nuestro Señor Jesucristo, Rey del universo
XXXIV Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo B
“Tú lo has dicho. Soy rey”
Juan 18,33-37
‘Saca la mejor versión de ti mismo’, escuché decir a un padre de
familia dirigiéndose a su hijo adolescente… ‘La mejor versión de
ti mismo’, me quedé pensando. ¿Cuál será? ¿La que se ve desde
fuera? ¿La escondida? ¿La profunda, tejida pacientemente
durante los años vividos? ¿Tenemos varias versiones? ¿Cuál es
la verdadera?
La mejor versión de la vida no se improvisa. En el trayecto
encontramos y somos encontrados por personas que nos aman
y van dejando una huella imborrable por su presencia y
cercanía. Entran con su amor incondicional en el centro de
nuestro existir y aportan los valores éticos, morales y
espirituales que hacen que vivir no sea una aventura ciega sino
una oportunidad permanente para crecer y madurar en la
verdad del amor.
Al terminar el año litúrgico la liturgia de la Iglesia nos propone
celebrar a nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo. “Soy
Rey… Yo nací y vine al mundo para ser testigo de la verdad…
Todo el que es de la verdad, escucha mi voz”, son las palabras
de vida que escuchamos en el texto dominical. Es la mejor
versión de Jesús porque lo afirma y lo vive “hasta el extremo” en
el momento supremo de la vida: su pasión, muerte y
resurrección. Es el testimonio máximo del “ser testigo de la
verdad”. Él es nuestro Salvador y Redentor. Por eso la Liturgia
de la Iglesia lo proclama y celebra con alegría y especial
solemnidad.
“Todo el que es de la verdad, escucha mi voz”, nos reta Jesús al
ser preguntado sobre su reinado. Si en el lenguaje familiar
usamos el término ‘rey, reina’ para expresar lo máximo que es
una persona para nosotros, es en la vida diaria donde somos
retados a ser testigos de la verdad del Evangelio. Si es el amor
verdadero quien elige y corona como ‘rey’ a quien amamos, es
en el testimonio de la fe donde el cristiano alcanza la mejor
versión de sí mismo.
¿Cómo saberlo? Viviendo los valores de su Reino. El reinado de
Cristo inaugura -aquí y ahora- como germen y semilla, lo que
anhelamos sea el final de la historia y de la creación: el triunfo
de la verdad, la libertad, la justicia, el amor, la paz, la vida…
Vivir los valores del Reino es entrar ya en la eternidad. Es lo que
intentamos vivir, con tropiezos y empujones, durante el año
litúrgico que cerramos en esta semana.
Anunciar hoy el Reino de Dios es el gran reto para los
cristianos. Ser testigos de la verdad en tiempos de
polarizaciones, fragmentaciones, incertidumbres y relativismos
exige claridad, decisión, audacia, valentía, creatividad,
apertura, paciencia, solidaridad y todos aquellos valores que
irradien la verdad y la alegría del Evangelio. Sólo así seremos
discípulos misioneros, testigos creíbles. De nada sirve gritar
¡viva Cristo Rey! si en la vida adoramos y seguimos a otros
reyes.
Señor, tú eres nuestro rey, confesemos con nuestra vida.
Los bendigo en nombre del Rey del cielo y de la tierra.