En la solemnidad de la Ascensión del Señor todo suena a
despedida y, al mismo tiempo, envío, misión cumplida y misión
por cumplir. A los discípulos de la primera hora les costó
trabajo comprender y aceptar las nuevas implicaciones para su
futuro misionero. Era imprescindible esperar y recibir al
Espíritu Santo.
Dos mil años después, la misma experiencia humana nos dice
que es difícil aceptar que hay cosas que se acaban, historias
que terminan, ciclos vitales que se cierran. Nos acostumbramos
a las personas que amamos, a presencias concretas visibles.
Pensamos que si nos falta alguien ya nada será igual… Sin
embargo, hay partidas y despedidas que son necesarias. Es la
oportunidad para ser lo que estamos llamados a ser, desarrollar
la originalidad y la potencialidad que hemos recibido y llevamos
dentro. Desde esta experiencia podemos aproximarnos al
sentido que tiene la solemnidad de la Ascensión del Señor.
Jesús ‘termina’ la misión encomendada. Hasta el presente se
han cumplido las Escrituras: “Está escrito que el Mesías tenía
que padecer y resucitar al tercer día…” Ahora comienza un
tiempo nuevo: “En su nombre se predicará, comenzando por
Jerusalén, la necesidad de volverse a Dios para el perdón de los
pecados”. Empieza el tiempo de los testigos. La Ascensión indica
el momento preciso de la separación: se fue elevando a la vista
de ellos. Antes les había enseñado qué hacer e instruido cómo
ser testigos creíbles en las nuevas situaciones. Les había
asegurado que no estarían solos en su testimonio misionero.
La Ascensión del Señor es la fiesta de la adultez del cristiano.
Éste ya no cuenta con la presencia física del Señor; tendrá a su
favor otro tipo de presencias. La fe en el Resucitado le conducirá
a encontrarlo en los escondites de la vida, allá donde parece no
soplar ni siquiera una suave brisa. Ser testigo del Señor será sumisión, es decir, comunicar a otros lo que ha visto y oído. Es el
tiempo para que la fe se haga compromiso, apertura, salida,
riesgo, audacia… Nunca estará sólo porque le acompañarán
otros testigos y, desde luego, el Espíritu Santo que será su
nuevo maestro. Somos deudores de la Iglesia que nos ha
precedido. Los discípulos del mañana serán deudores de
nosotros, si somos testigos comprometidos.
Al testigo cristiano, modelo siglo XXI, se le pide que irradie el
Evangelio de la esperanza. Hay tantas personas heridas en el
camino que necesitan de modernos samaritanos de la
compasión incondicional, al estilo de Jesucristo. El cristiano
‘momia’ es el que se queda mirando al cielo sin mirar a su
alrededor distrayendo su mirada en cosas y casos que no
aportan al Reino del Resucitado.
Celebrar con fruto la Ascensión del Señor es acercar su Pascua
a quienes están atrapados por la desesperanza, las violencias y
la indiferencia. ¿Cómo ser testigos creíbles? Creer en Él y
aceptar la misión de la Iglesia ante los tremendos desafíos que
tenemos. Señor Jesús, ayúdanos a ser testigos creíbles de la
esperanza, la compasión y la paz.
Con la bendición solemne de la Ascensión del Señor.