XVIII Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo C
“¿Para quién serán todos tus bienes”?
Lucas 12,13-21
Muchos sueños y proyectos, tragedias y guerras se han construido en torno a la acumulación de bienes materiales. La
forma de conseguirlos, su uso y abuso, han ocupado amplios
espacios en la vida de los seres humanos. Hemos acuñado dos
sustantivos para describir la actitud negativa ante ellos: la
avaricia y la codicia. Ambas conducen a quienes las practican a
una acumulación excesiva de bienes que atentan contra los
valores de la convivencia y sumen en la desgracia a personas,
familias y grupos.
Este domingo Jesús sigue catequizando a sus discípulos sobre
el uso de los bienes materiales y las infaltables tentaciones.
Todo comienza con una petición que parece razonablemente
humana: “Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la
herencia”. La respuesta de Jesús parece, al principio, descortés
y enigmática.
La búsqueda de respuestas ante las preguntas que plantea la
necesidad de las cosas para la vida existe desde los inicios de la
humanidad. La reflexión del sabio de la primera lectura es una
invitación a poner las cosas en su justa dimensión. La
invitación de Pablo a “buscar los bienes de arriba donde está
Cristo” es un llamado claro a dar el sentido trascendente que
tiene la vida y su devenir.
La reflexión que ha hecho la Iglesia a través de los siglos ha
tocado los diversos temas que interesan a los cristianos en lo
que se refiere a los bienes materiales y a su uso. En los últimos
cien años la Doctrina Social de la Iglesia ha profundizado, desde
la ética y la fe, sobre su razón de ser y el sentido para la vida
personal y comunitaria.
La dinámica perversa de la acumulación de riquezas pudiera ser
la actualización de la pregunta sobre la herencia a compartirque aparece en el Evangelio. La respuesta de Jesús trasciende
tiempos, sistemas, aspiraciones, ambiciones, necesidades.
“Eviten toda clase de avaricia, porque la vida del hombre no
depende de la abundancia de los bienes que posea”. “¡Insensato!
Esta misma noche vas a morir ¿para quién serán todos tus
bienes?”. “Lo mismo le pasa a quien acumula riquezas para sí
mismo y no se hace rico de lo que vale ante Dios”, sigue
proponiendo Jesús a quien tenga oídos, corazón y voluntad
para escucharlo.
‘Un tanto cuanto’, solía repetir san Ignacio de Loyola cuando le
preguntaban sobre el uso de los bienes materiales. ¿Cómo sería
nuestra vida y la vida de los pueblos si aprendiéramos a
discernir, ser prudentes y generosos, buscar primero el Reino de
Dios y su justicia, amar mucho, compartir nuestros bienes? El
único comportamiento evangélico aceptable es la generosidad/
solidaridad que rompe la dinámica perversa de la acumulación
insensata y egoísta. El uso correcto de los bienes es excelente
contribución para construir la paz.
Los saludo y bendigo desde Granados, Sonora.