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Una reforma electoral a la altura de nuestro tiempo

La democracia mexicana se ha transformado a lo largo de las últimas décadas, pero hoy enfrenta un reto ineludible: actualizarse para responder a las nuevas realidades del país. Celebro la decisión de la presidenta de la República, Dra. Claudia Sheinbaum, de impulsar una reforma electoral. No es un tema menor: se trata de corregir excesos, acercar más a los representantes con la gente y hacer más eficiente el uso de los recursos públicos.

Uno de los puntos centrales es la reducción de los plurinominales. Sin embargo, considero que no basta con disminuir su número. Es necesario cambiar el método de elección para que estos espacios no sean fruto de acuerdos cupulares, sino del respaldo real de la ciudadanía. Propongo que se conviertan en curules para quienes, aun sin ganar, obtuvieron el segundo lugar en una contienda, es decir, para las primeras minorías. De esta manera, cada escaño reflejaría votos auténticos y fortalecería la legitimidad del Congreso.

Otro eje indispensable es el financiamiento de los partidos. México destina cantidades excesivas de dinero a la vida interna de los institutos políticos. Reducir ese gasto es impostergable, pero hay que dar un paso adicional: eliminar el financiamiento estatal a los partidos que ya tienen registro nacional. No tiene sentido mantener una doble bolsa de recursos cuando esos fondos podrían destinarse a programas sociales, infraestructura, educación o salud. En pocas palabras, el dinero del pueblo debe regresar al pueblo.

Respecto al Instituto Nacional Electoral, debemos reconocer sus aportaciones a la vida democrática, pero también admitir que requiere ajustes. Su estructura actual resulta costosa y poco flexible. El reto es modernizarlo, hacerlo más eficiente y cercano a la ciudadanía, sin comprometer su autonomía. En este esfuerzo no podemos olvidar a los OPLES, organismos locales que también requieren una urgente modernización o, incluso, explorar la posibilidad de ser absorbidos por la autoridad nacional para garantizar uniformidad y ahorro de recursos.

La urgencia de la reforma no admite dilaciones. Si aspiramos a que las próximas elecciones se realicen bajo nuevas reglas más legítimas, debemos avanzar con responsabilidad y decisión. México necesita una democracia más austera, representativa y confiable.

Celebro que este tema se haya abierto a debate público, porque es la ciudadanía quien debe tener la última palabra. Que cualquier persona pueda aportar ideas y propuestas enriquece el proceso y asegura que esta reforma no sea solo un acuerdo político, sino una verdadera construcción colectiva.