Hace unos días, en una charla de sobremesa, comentaba con dos de mis hijos la situación que se estaba dando en algunos de los edificios dañados por el sismo del pasado 19 de septiembre en la Ciudad de México.
Nada de oídas; sino testimonios de amistades o conocidos que narraron los robos a sus departamentos, a los que ellos, sólo bajo su propia responsabilidad, permitían las autoridades su acceso para recuperar documentos, dinero u otras pertenencias.
Gente disfrazada de rescatistas que entraron a robar en esas propiedades. Asalto a mujeres en su propio domicilio, por sujetos que a punta de pistola golpearon y robaron. Automovilistas que fueron asaltados al circular lentamente por las calles congestionadas debido a las acciones de rescate y limpieza de los inmuebles colapsados. Y otros más.
Todos estos ejemplos tienen algo en común: la ausencia de valores.
Platicaban mis vástagos que apenas hace 20 o 25 años, cuando en cierta ocasión ambos fueron asaltados en lugares públicos, y aunque armados, sólo amenazaban para cometer su ilícito.
En la actualidad, cualquier queja o intento de resistencia, puede terminar con la pérdida de la vida. Esto es otro ejemplo de pérdida de valores.
¿Porqué se han perdido los valores fundamentales de respeto a propiedades, personas o vidas mismas?
Los psicólogos han realizado tratados sobre este cuestionamiento, sin haberse podido corregir. La ética, la honradez, el respeto, y el AMOR al semejante, se han perdido.
Ni en las escuelas públicas o privadas se trata este tópico. Recordemos la eliminación de la materia de Civismo en los planes de estudios oficiales.
En ninguna Iglesia, cualquiera que sea su religión, han podido contrarrestar este cáncer social. Lo platicarán, probablemente, pero las acciones dejan mucho que desear. La solución es relativamente simple: inculcar en nuestra sociedad, desde edad temprana, el amor a Dios, o al Ser supremo de su elección.
Para los creyentes : “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”, reza un mandamiento de Dios, según el Libro de Libros: La Biblia. Los no creyentes tendrán otro valor superior. ¿Difícil? ¡Por supuesto! ¡Pero si no empezamos hoy, no lo lograremos nunca!
¿Quién le pondrá el cascabel al gato?