Durante mi experiencia en algunos de los campos petroleros de México, tuve oportunidad de ver de cerca la operación de los ductos de Petróleos Mexicanos: oleoductos, gasoductos y poliductos y, créanme, no es nada fácil manejarlos, y sobre todo, repararlos.
La instalación de válvulas en ductos “vivos” es tan peligrosa, que un detalle por pequeño que este sea, puede ser de resultados mortales. Apuesto que estaremos de acuerdo en que un cáncer que no es nuevo en nuestra sociedad, es la corrupción, en donde necesariamente hay un binomio inseparable: el que corrompe y el que se deja corromper; es decir, que debe haber una colusión entre bandidos, criminales o rateros, y trabajadores, autoridades y funcionarios.
El término “huachicoleros” no debe aplicarse solo a los que ordeñan el ducto a través de las válvulas, ¿Quiénes son los que hacen las perforaciones en las tuberías y las colocan? La respuesta es simple: sólo trabajadores especializados que habrán sido reclutados por el crimen organizado por amenazas o por dinero; estos, o aquellos a quienes hayan capacitado, son los operarios. Los “administradores” son otros: los diferentes capos del crimen y los servidores públicos coludidos.
En días pasados, los huachicoleros han tenido el descaro de meterse a las estaciones de rebombeo, particularmente en San Juan del Río, Querétaro, por lo menos en dos ocasiones, para ”ordeñar” los poliductos por donde se transporta diesel y gasolinas. El cinismo y la impunidad campean en las instalaciones del “nuevo Pemex”.
¿Porqué Pemex, en su conjunto, no actuó, sino años después, y ahora se quejan sus directivos? Hoy tienen el descaro de “informar” a la sociedad el mayúsculo daño patrimonial. ¿Dónde han estado mientras esto ha sucedido? Estos trabajadores, los menos, algunos funcionarios de la antigua paraestatal y autoridades, también se han ganado a pulso el sobrenombre de “Huachicoleros”.
¡Ya basta! ¿Hasta cuándo podrán parar este delito?
¿Quién le pondrá el cascabel al gato?