No, ni AMLO es “el pueblo”, ni tiene asegurada su continuidad, y menos su trascendencia

Roberto Vizcaíno 

 

Si algo ha demostrado Andrés Manuel López Obrador en sus 5 años de Gobierno es ser un muy buen constructor de percepciones. Sin duda hubiera sido un muy buen publicista. Y a base de frases y afirmaciones sin sustento, ha logrado construirse un aura de político muy popular.

Fuera de eso todo es rollochoro mareador.

Su primera ficción fue la de hacer creer que había ganado la Presidencia en forma “abrumadora”, cuando sólo lo hizo por 53 por ciento. En una votación porcentual casi igual que la de Vicente Fox en 2000.

En el proceso de 2018 hubo una participación del 63.42 por ciento de la Lista Nominal, con una abstención de 36.58, mientras que en la de 2000 con Fox la abstención fue de 36.9 por ciento.

O sea…

Bien por el triunfo, pero nada para decir eso de “El Pueblo soy Yo”, o la frase dramática de que “Yo ya no me pertenezco”.

A partir de eso, y de su decisión de dar una conferencia diaria, ha logrado mantener una expectativa ciudadana alta, pero tampoco nada que signifique algo determinante.

Cierto, ha logrado conservar una popularidad que oscila entre 50 y 65 por ciento, lo cual advierte que el porcentaje restante no está con él.

Si a eso se le agregan los porcentajes de votación alcanzados por su bloque partidario -Morena, PT y Verde- frente a los de la oposición -PAN, PRI, PRD y MC-, bien se concluye que Andrés Manuel López Obrador ni es tan determinante ni tan imbatible como él y su entorno quieren hacer creer a la población a cada momento.  

Sus frases como todos los promocionales comerciales, ya sean de detergentes o para la venta de autos o ropa, terminan por “gastarse”.

Hoy ese rollo de que todo lo malo que ocurre en este país es culpa de Carlos Salinas, Fox, Calderón, Peña Nieto y los neoliberales de los últimos 30 años, y de que los conservadores con Claudio X González han lanzado a la senadora Xóchitl Gálvez para recuperar sus corruptelas y restablecer el oprobio y la explotación contra el pueblo bueno, ya no jala como cuando buscaba llegar.

Eso de que “la Mafia del Poder” o la “Minoría Rapaz” es el objetivo de su combate en favor de los pobres, ya no convence ni a sus más fieles, cuando lo ven a cada rato abrazado o comiendo con Carlos Slim o Germán Larrea y los otros muchos muy ricos con los que se reúne con frecuencia .

Pero sobre todo pesan los videos y fotos, informaciones sobre sus hijos y hermanos recibiendo sobres con cientos de miles de pesos o en viajes a esquiar en jets privados, en autos carísimos, en la casa Gris de Houston o en la escuela de Londres donde estudia al más chico.

El “Me Canso Ganso” ha quedado como una buena frase sin el menor contenido ante el fracaso de sus programas como el de abatir la delincuencia y la inseguridad, o el de lograr un sistema de salur mejor que el de Finlandia o Dinamarca y cuando mueren niños con cáncer por falta de medicinas, o ante las vejaciones que sufre -mientras él lo permite- la tropa por parte de delincuentes y cárteles, o cuando nadie de los que dijo iba a meter a la cárcel han sido puestos ante un juez.

Hasta hoy eso de que “No puede haber gobierno rico, con pueblo pobre”, es una de las peores mentiras cuando él gasta todos los fondos, despilfarra los recursos de todos, en construir su Tren Maya, su Refinería 2 Bocas o un aeropuerto que ni él usa.

Sin duda una frase que en un momento tuvo un gran apoyo populatr pero ahora es una de las peores ignominias, es la de “Abrazos, no balazos”. Sobre todo luego del “culiacanazo” donde ordenó soltar a Ovidio Guzmán y luego de los casi 170 mil ejecutados que suma ya su Gobierno para convertirse en el más sangriento de todas las administraciones hasta ahora.

De chunga y para promocionar torterías o taquerías es aquello de: esto (ese avión de Peña Nieto) “No lo tiene ni Obama”.

O esa frase con la que elude alevosamente responder reclamos y denuncias, con aquello de: “Yo tengo otros datos“.

Cuando eso ya comenzó a no funcionar, dijo que sus mediciones dejarían de ser las del Producto Interno Bruto para medir el desarrollo o crecimiento de su administración a través del Producto Interno de la Felicidad. Hasta hoy no ha dado ningún reporte demostrable de ese indicador.

Otras frases suyas muestran sus propias contradicciones. Cuando llama fifis a sus opositores o cuando se burla y dice que tal o cual le “producen ternura” o de plano les dice “ternuritas” advierte que eso de que su fuerte no es la venganza queda automáticamente anulada.

Nefasto ha sido su dicho de que “hasta los peores delincuentes son seres humanos que tienen derecho a vivir y ser felices.”

Desde hace ya rato ha dejado de señalar que “No tengo derecho a fallar” mientras que recurre a eso de que “El pueblo pone y el pueblo quita…  y es el único soberano al que debo sumisión y obediencia.”

En fin, un frases hechas en toda la regla.

Alguien que a 5 de sus 6 años de Gobierno insiste en señalar que habrá continuidad de su supuesta transformación que no significa más que la cancelación de programas, reformas y obras esenciales para el país, como el Aeropuerto Internacional de la CDMX.

Lo único cierto es que cada vez se desinfla más su globo y que importantes sectores muestran su hartazgo y enfado y apuntan a ir a un cambio total.

Ya veremos si es sólo mi imaginación o si esta percepción tiene base.

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